Mi vida ha dado tantos giros que me he mareado hasta vomitar. Y me he quedado un rato con la mirada ausente, delante de ese charco de ideas mezcladas con recuerdos, con secuelas del dolor que me supuso echarlos y con una sensación de alivio por saberlos fuera de mi.
Y puede que por eso escriba hoy aquí, en este blog lleno de telarañas, lleno de fantasmas y monstruos, de héroes y de príncipes, de dragones y castillos, de muros.
El tiempo ha pasado por este blog, por donde antes solía pasarme a expresar. Y puede que lo retome, como puede que no. Da igual. Podría poner al día las entradas, ir detallando todo lo que he callado o todo lo que he hablado durante este tiempo, pero creo que no tendría sentido. Esta etapa pasada ha sido, en su totalidad, analógica. Y en cierto modo ha sido mejor así.
Algunas de las entradas pasadas me avergüenzan, otras me traen recuerdos muy dolorosos pero he decidido no borrarlas. Porque N.P. es la suma de todas sus variantes desde que llegó al mundo un 21 de septiembre del único año capicúa del siglo XX, hasta el día de hoy. Y aceptarlo es aceptarme, y quizá ese sea el primer paso que dé con el objetivo de quererme.