Ha llovido mucho y durante días seguidos, semanas seguidas y meses seguidos. El sol estaba demasiado lejos, inaccesible encima de una capa densa de algodón gris oscuro.
Y dentro de tanta oscuridad, el agua arrastraba y la única luz era la de los rayos que descargaban con su correspondiente susto de toma a tierra. Ha llovido tanto que las calles estaban inundadas, que las alcantarillas ya no drenaban. Todo se paraba, todo se colapsaba. Era difícil el día a día. Ha estado siendo chungo el vivir.
Ha llovido, he llovido. Y he visto.
Y de repente una casualidad. En medio de una improvisación. En medio de alguien que se alejó sin ser echado. En medio de los trocitos de corazón esparcidos por el suelo. En medio de un mar de dudas. En medio de una parada en un lugar cuyo nombre representa mi día a día: (auto)sabotaje.
He vuelto a sentir algo diferente a la lluvia, a la tormenta. Enchufarme de nuevo a la vida. Y tomar un café con la casualidad. Y me he sorprendido cuando me han llevado al cielo y he tocado una, dos y más de tres estrellas con la punta de mis dedos. Y me he maravillado de, aunque con ayuda, hacer y ver viajar a otra persona también. Y de cuatro horas que pasan sin darse cuenta.
Y que sea probable que esto no pase más allá de aquí. Ojalá no fuera así. Pero he de quedarme con que por un momento, dejó de llover junto a una casualidad que me gustó más de lo que me gustaría reconocer.
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