Me gustan los parques de atracciones. Y cuanto más viejos sean y más desgastados estén, más me gustan.
Me gustan porque desprenden esa sensación de alegría, empañada por algún matiz ligeramente siniestro que evoca a tiempos pasados, a tiempos peores, a tiempos mejores.
Son lugares que han vivido historias, la mayoría de niños divirtiéndose. Niños que ahora son adultos. Niños que ahora tienen niños. Y les llevan al parque de atracciones. Y sé que nada más pisar el suelo de ese lugar, acuden a sus mentes y corazones un sinfín de recuerdos. Y se les hace un nudo en la garganta, y, emocionados, sonríen.
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