Aprenderás, por las buenas o por las malas, a no esperar nada ni a nadie. De este modo, cada vez que recibas lo más mínimo de la vida, lo disfrutarás con todos tus sentidos, porque poco es más que nada. Que realmente da igual que pienses en si algo te lo mereces o no, porque el hecho es que lo que tenga que ser, será. Te lo merezcas o no. Sea bueno ó malo. Y tiene cierta gracia que todo sea como una rueda, que hoy estoy en un punto que ya alcancé muchos años atrás. Pero aún con más firmeza. Apostemos al color negro de la baraja, a los tréboles y picas. Si un día aparecen corazones y diamantes, los disfrutaremos mientras estén en nuestras manos, sea un segundo, un minuto ó un suspiro. Y no los pidamos, no los demandemos ni los esperemos. Hoy me prohíbo soñar con ellos. Hoy me prohíbo escuchar la voz del "y si...". He renunciado a escuchar a los susurros de mis ilusiones. Porque son tóxicas. Porque ponen caras, ponen nombres, ponen figuras, ponen conceptos a varios aspectos de mi felicidad. Y cuando las empiezo a escuchar, comienzan a gritar. Y yo me las empiezo a creer, lo que conlleva que cuando no se cumplen, se rompan. Se hacen añicos y arañan mi alma, despacio, lentamente, intensamente. Y ahí está el quiz, el verdadero punto, la delgada línea entre la felicidad y la desdicha, por exagerado que suene. El aceptar una cosa buena que llega a mi, disfrutarla, vivirla y agradecerla, como algo puntual. Que poco es más que nada, y que me puedo dar con un canto en los dientes. Pero nunca, nunca hacerlo un precedente, ó establecerlo como el principio de una hordada de cosas buenas, que a mi parecer, ya toca que me sucedan. Porque eso sólo conlleva desilusiones y dolor, en ocasiones tan fuerte que crees que hay algo de ti que muere. Pero únicamente son las ilusiones muriendo, que duelen como cuando te enganchas una costra. Y yo he decidido no darles ese poder. Quiero ser libre, y generalmente, las ilusiones son ataduras.
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