Cuenta la leyenda, que una vez, hace muchos años, unos chicos de 15-16 años estaban en contra del sistema. Su lema era "combate lo ke te oprime", y su manera de rebelarse consistía en ir al revés que todo el mundo.
En cualquier lugar llamaban la atención, ya fuera por sus pintas extravagantes, sus cabellos de colores, o su actitud desafiante. Parecían violentos, pero entre ellos se querían. Eran una gran familia.
Odiaban a los adultos, a los pijos, a los emos, a los canis, a los políticos, a la policía... Pero sobretodo, a los nazis. Llenaban las paredes de los barrios con anarquías e himnos de la CNT. Se encargaban de tachar todas las esvásticas. Llenaban las manifestaciones. Iban a conciertos y consumían cosas de dudosa legalidad. Su manera de demostrar la amistad consistía en poguear a lo basto, y no solían callarse lo que pensaban.
La música les llenaba. Vivían despreocupados y cegados por los Sex Pistols. Y a su modo, eran felices.
Eran felices porque creían que podrían cambiar el mundo.
Hoy, esos chicos, son adultos. La mayoría están amargados trabajando/estudiando. Ya no protestan, sino que se conforman con lo que la vida les quiere dar. Cuando van por las calles y se cruzan con chicos punkies que les recuerdan a como ellos eran antes... no pueden evitar odiarles.
Les odian porque recuerdan el día en que despertaron de su sueño. Que vieron que no podrían cambiar la sociedad. Que quitaron sus pósteres de la Polla Records, Kortatu y Piperrak, y renunciaron a sus ilusiones.
Pero aún con todo, y pese a su evidente cambio, no pueden evitar una sonrisa al ver sus viejas fotos, escuchar su vieja música y recordar sus viejos recuerdos. Recordar esas ganas de comerse el mundo, cuando pensaban que eran libres, y que no había límites.
Vivían engañados, pero eran felices.
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